¿Qué es el genio?
Noviembre de 2012
Ivan Obolensky
Un genio es considerado hoy como una persona de inteligencia y capacidad excepcionales, y se muestran como ejemplos los nombres de Einstein, Newton, Da Vinci o Hawking. Exactamente qué tan inteligente, o qué tan capaz, es algo que no se especifica. De hecho, no existe hoy una definición científica precisa para la palabra ‘genio’. ¿Se nace genio o es algo que surge con el tiempo? ¿Es genético o resultado de la educación? Estas son inquietudes que la investigación intenta responder, aunque las respuestas todavía son incipientes.
En un comienzo, el concepto de genialidad tenía poco que ver con el nivel de inteligencia. Su conexión con el poder cognitivo surgió apenas a inicios del siglo XX, con base en los avances en los conceptos estadísticos que se alcanzaron en el siglo XIX.
El concepto original del genio se remonta por lo menos a la antigua Roma.
La palabra ‘genio’ se deriva del latín, y significa traer a la existencia. ‘Genius’ hace referencia a la deidad tutelar de un individuo o a su espíritu guía. Para los primeros romanos, las deidades guardianas orientaban no solo a los individuos sino a las familias y a los lugares. La de una persona de sexo masculino se denominaba un genius y lo acompañaba desde el nacimiento hasta la muerte. El equivalente femenino era una juno. Nuestra traducción moderna sería un ángel guardián.1
Por naturaleza, la cultura romana era esencialmente contractual. Este aspecto era tan universal que incluso se extendió al campo de la religión. Según Cicerón, el estadista romano, la religión era cultus deorum, el cultivo de los dioses. La práctica religiosa no se limitaba a la simple adoración y a la oración pasiva, sino que demandaba una participación activa. Se esperaba que el sacrificio de un buey les importara a los dioses y que fuera por lo tanto probable que activara un quid pro quo divino que beneficiara al practicante.
En la Roma de los emperadores existía un culto imperial. Debido a que el contexto y las definiciones han cambiado tanto con el tiempo, podría esperarse que la interpretación de esto hoy fuese: existía un culto que veneraba y centraba su atención en el emperador.
En realidad, la atención no se centraba en el emperador sino en su genio, la entidad divina que lo cuidaba.
Así que cuando se lee que existe admiración por el genio de Miguel Ángel, es algo muy diferente a la noción moderna de «era extraordinariamente inteligente».
Aunque el vínculo final entre la genialidad y la inteligencia no surgió sino hasta comienzos del siglo XX, el trabajo intelectual preliminar se planteó varios años antes.
Empezó con el matemático Fredrick Gauss alrededor de 1828, cuando este descubrió que si se hacía un gran número de mediciones de una variable específica de observación (por ejemplo, la longitud de una barra metálica) los resultados podrían variar, pero la mayoría de los resultados estarían agrupados alrededor de un valor medio. Este fue el origen de la curva en forma de campana, o lo que hoy se conoce como la “distribución normal”.
Al francés Adolphe Quetelet, mientras trabajaba con estadísticas del Gobierno francés en 1835, se le ocurrió la idea de que las mediciones de los rasgos humanos también seguían la curva normal. Pero fue Francis Galton (ver Matemáticas del disenso) quien, inspirado en el trabajo de Quetelet, trató de definir al hombre común mediante la combinación de las curvas normales de todos los atributos humanos posibles.
Galton dio luego el salto intelectual de interpretar los resultados de los logros humanos (por ejemplo, el tiempo necesario para completar una carrera), no como muestreos aleatorios sino como el resultado de la capacidad natural. Algunos tuvieron un pobre desempeño y otros lo hicieron muy bien, pero la mayoría se situaba en algún punto entre ambos niveles.
Resulta difícil afirmar que la distribución de los niveles de la capacidad humana verdaderamente se ajusta a una distribución normal. Después de todo, esa distribución se desarrolló para reflejar errores aleatorios de observación. Quienes estamos familiarizados con las estadísticas sabemos que existen muchas distribuciones que difieren de la curva normal, y tal vez el hecho de que el ajuste no fuera exacto sea la razón para el uso tan controversial que se hizo luego del coeficiente intelectual.
El concepto de la curva en forma de campana interesó al psicólogo francés Alfred Binet quien, junto con Theodore Simon, inventó entre 1905 y 1908 la primera prueba de inteligencia. Pero fue Lewis Terman, de Stanford quien, en 1916, utilizando los trabajos de Binet y de William Stern (un psicólogo alemán que inventó la idea de un cociente de inteligencia), ayudó a crear las Escalas de inteligencia Stanford Binet, que se convirtieron en la prueba más popular en Estados Unidos. Esta prueba era utilizada para evaluar masivamente a los reclutas del ejército durante la Primera Guerra Mundial. Terman ayudó a clasificar los resultados con el fin de descubrir quiénes deberían ser entrenados como oficiales y quiénes no. Su interés real, sin embargo, se centraba en los niños con dotes especiales.2
Terman inició el estudio de largo plazo sobre niños superdotados conocido como The Genetic Studies of Genius y escribió además un artículo titulado A New Approach to the Study of Genius. Él albergaba la esperanza de encontrar la manera de educarlos y, al mismo tiempo, disipar el estereotipo negativo de que los niños superdotados son presumidos y socialmente excéntricos. Los resultados de sus estudios demostraron que mientras más dotados mejor era su desempeño social y académico y que, en general, eran más exitosos que los niños del promedio. Hasta 2003, se encontraban vivos 200 de los 1.444 participantes en la muestra original.
Desde principios del siglo XX, el coeficiente intelectual, la inteligencia y el genio han estado íntimamente ligados y se han olvidado las raíces antiguas de este último.
El tema del coeficiente intelectual y de las pruebas para su medición pasó a utilizarse de una manera perversa. Las interpretaciones de las pruebas realizadas al ejército durante la Primera Guerra Mundial incidieron en la redacción de la Ley de Restricción de Inmigración de 1924, que establecía cuotas de inmigrantes de Europa del Sur y del Este y que representó una justificación inicial del racismo y la eugenesia. Desde entonces, el coeficiente intelectual se ha utilizado como una excusa para restringir el acceso al aprendizaje a aquellos que obtienen bajos resultados, y ha dado origen a leyendas urbanas como la que sostiene que las mujeres embarazadas deben escuchar música clásica para ayudar a sus bebés a ser más competitivos en su vida futura, ya que esto aumenta su coeficiente intelectual.3
Objetivamente, existe una correlación entre el coeficiente intelectual y algunas formas de inteligencia. Pero la inteligencia parece enmarcarse en algo más que un número. Basta leer la historia del doctor Judd Biasiotto para comprender sus límites. Cuando cursaba la escuela primaria le fue muy mal, tanto que llamaron a un psicólogo para que le hiciera una prueba de inteligencia. Una semana después fue llamado a la oficina del psicólogo y le pidieron que fuera a casa y le dijera a su madre que su coeficiente intelectual era de 81. Judd estaba emocionado porque era la calificación más alta que había logrado hasta el momento. Si su futuro se hubiera basado en este resultado, se habría cometido un grave error, pues al momento de ingresar a la universidad tuvo notas casi perfectas en sus exámenes de admisión y los resultados de las pruebas de su coeficiente intelectual llegaron a 147.4
De la misma manera, «genio», como concepto general, tiene unas dimensiones y un alcance que van mucho más allá de la simple inteligencia. El hecho de que el pequeño Johnny tenga un coeficiente intelectual de 180 no quiere decir que sea un genio. Por supuesto que puede ser muy inteligente, pero ¿acaso basta con ser realmente inteligente para ser un genio? Aquellos que nombramos como ejemplos de genio son conocidos por haber logrado algo importante. Sin duda, el pequeño Johnny tiene el potencial para ser un genio, pero que vaya a serlo no es seguro. Una de las razones que motivaron el estudio de Terman sobre los niños superdotados era descubrir la mejor manera de ayudar a aquellos con potencial a que lo desarrollaran verdaderamente.
Al parecer, no todos los genios nacen genios, aunque algunos lo hagan. Ciertas personas muy inteligentes nunca parecen llegar al nivel de genio a pesar de que tienen el potencial para serlo. Otras personas no parecen especialmente dotadas en sus vidas según las ideas de la época, pero han demostrado genialidad en su campo a las generaciones posteriores. Van Gogh califica ciertamente como una persona así.
El entorno intelectual que nos rodea y la cultura y civilización a las que nos exponemos diariamente parecen desempeñar un papel en la manera como percibimos a los genios.
Tomemos un genio de los tiempos del Paleolítico, el que hizo los dibujos de la cueva en el suroeste de Francia, y situémoslo en el mundo actual. Hoy, lo consideraríamos un genio del pasado. ¿Lo habrían considerado un genio sus pares de la época? No lo sé. Si se teletransportara a nuestro tiempo ¿lo seguiríamos considerando un genio bajo los parámetros actuales, o simplemente un inadaptado social, ya que la sociedad en la que nació originalmente ha avanzado miles de años desde entonces? Hay que tener en cuenta la cantidad de infraestructura intelectual que se ha creado en el transcurso de todo ese tiempo. ¿Sería capaz de dar un salto mental tan gigantesco como para ser considerado todavía un genio en el presente?
Por otro lado, si situáramos a Albert Einstein en el suroeste de Francia durante el Paleolítico ¿lo considerarían un genio quienes vivieron en ese momento?
Mi conjetura es que siempre y cuando se superaran los saludos iniciales y las barreras idiomáticas, competiría muy bien con sus antepasados remotos. Einstein no solo era muy inteligente, sino que tendría el beneficio adicional de siglos de genios anteriores que han ayudado a formar la realidad intelectual, mental y conceptual que ahora vivimos. El pensamiento, las invenciones y los descubrimientos tienen un contexto, y los avances del pensamiento se basan en el ambiente intelectual imperante. La época y la cultura en las que vive el genio tienen importancia no solo por las ideas que están presentes, sino por todas las ideas que estuvieron antes.
A modo de ejemplo, el cálculo de Newton estuvo a la vanguardia de las matemáticas en el siglo XVIII. Hoy se enseña en el Reino Unido en los primeros grados de la escuela secundaria. Un genio solo puede construir y extender los conceptos que ya existen. Si lleva estos conceptos demasiado lejos será poco probable que encuentren aceptación. Quienes van demasiado lejos, o bien son rechazados y su trabajo olvidado o, tal vez, solo serán apreciados muchos años después de su muerte.
Ludwig Boltzman, descubridor de la teoría cinética de los gases, utilizó en el siglo XIX matemáticas estadísticas para demostrar el movimiento del calor y de la energía. Sus puntos de vista fueron tan polémicos en ese momento que sufrió de un creciente desánimo. Acosado quizás por la depresión, Boltzman se suicidó antes de que pudiera ser reivindicado (lo que finalmente se hizo, años después de su muerte).
Tal vez la diferencia esencial entre el genio y la simple inteligencia sea que los genios cambian la forma en que los humanos concebimos y vemos el mundo. Los consideramos como lo más brillante y lo mejor de la humanidad. Ellos iluminan el camino para los que vienen después y crean la base para los avances aún mayores que harán los genios del futuro. ¿Por qué extrañarnos entonces de que parezcan producto de la inspiración divina?
1 Lindemans, M. F. (1998, diciembre 27). Encyclopedia Mythica, «Genius/Juno». Consultado el 19 de noviembre de 2012 en: http://www.pantheon.org/articles/g/genius.html
2 Cherry, K. (s.f.). History of Intelligence Testing, The History and Development of Modern IQ Testing. Consultado el 19 de noviembre de 2012 en: Verywell.com Psychology: https://www.verywell.com/history-of-intelligence-testing-2795581
3 Boring, E. G. (1959). Lewis Madison Terman 1877-1956. Consultado el 19 de noviembre de 2012 en: The National Academies Press: http://books.nap.edu/html/biomems/lterman.pdf
4 Biasiotto, J. (1999). In Pursuit of Excellence and Self-fulfillment. Albany, GA: Solaris, Inc.
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