Lecciones de la India
Mayo de 2015
Ivan Obolensky
El mundo se ha interconectado globalmente, sin embargo, por lo general en Occidente se sabe poco sobre la historia de países que no sean los de Europa. Un ejemplo de este desconocimiento es la India, el segundo país más poblado del mundo y el régimen democrático más extendido. Más allá de aprender acerca de Gandhi, el movimiento por la independencia y la fundación de Pakistán, la historia de la India antes de la dominación británica ha sido poco estudiada en las escuelas occidentales. La historia de la India es anterior a la de Europa por miles de años y en todos los sentidos es tan emocionante y aleccionadora como la nuestra.1
Su lugar de nacimiento fue la llanura indogangética, que se extiende por el norte de la India a lo largo de más de 2.400 kilómetros y la surcan dos ríos: el Indo, que fluye al oeste y desemboca en el mar Arábigo, y el Ganges, que fluye al este hacia el océano Índico. Al igual que con el Tigris, el Éufrates y el Nilo, la tierra fértil a lo largo de los ríos dio lugar a sociedades agrícolas que se volvieron luego comunidades urbanas, mucho antes de la historia documentada. Las comunidades se convirtieron en ciudades y luego en reinos. Hacia el tercer siglo Antes de la Era Común (AEC) estos reinos se habían transformado y unido en un imperio cuyo tamaño en su apogeo eclipsaba incluso el del mundo romano en su mejor momento, unos trescientos años más adelante. Se llamaba el Imperio maurya.
Para situar esta civilización en su contexto histórico, Sumeria, Babilonia y Asiria habían surgido y declinado hacía más de 1.500 años. Atenas había alcanzado su edad de oro 200 años antes, y 100 años antes Alejandro Magno había aplastado lo que quedaba de los aqueménidas (Persia) y conquistado hasta lo que hoy es Pakistán. En 264 AEC, Roma se encontraba a punto de involucrar a Cartago en la primera Guerra Púnica para definir quién dominaría el Mediterráneo.
A la cultura europea le han fascinado siempre todas las cosas del Mediterráneo, mientras que las civilizaciones de la India han permanecido prácticamente ajenas al pensamiento occidental. Hasta el siglo XX, los historiadores todavía creían que la India había sido simplemente una masa hirviente de barbarie hasta que los arios, los progenitores de la lengua indoeuropea, viajaron al oeste desde el mar Caspio hacia el año 2000 AEC., invadieron el valle del Indo y avanzaron inexorablemente hacia el Ganges; y se pensaba que eso había sido todo.
En la década de 1920 los arqueólogos se sorprendieron cuando descubrieron la antigua ciudad de Mohenjo-Daro, en la orilla occidental de la parte baja del Indo, en el actual Pakistán. Esta tenía entre 3.000 y 4.000 años de antigüedad y revelaba que allí había surgido una vida citadina muy desarrollada, con joyas y artefactos de una calidad y acabados tan extraordinarios que superaban en sofisticación a los de Babilonia y Sumeria, cuya cultura, según se pensaba, fue la dominante durante ese período.2
La sociedad que producía estos artículos ha sido denominada la civilización harappa, nombre derivado del primer sitio que se excavó. Es una de las sociedades más antiguas de la tierra. Sabemos que comenzó a declinar alrededor de 1800 AEC. En cuanto a las causas de esta declinación, no las sabemos con certeza. El cambio climático puede haber tenido algo que ver.
El descubrimiento de la civilización harappa ha dado un nuevo giro a la teoría de la invasión aria, para sugerir que pudo haber sido más bien una migración aria.
La Historia, al igual que la Economía, la Política, e incluso las Ciencias, es una mezcla compleja de teorías y explicaciones contrapuestas que cambian dependiendo de las pruebas que se vayan descubriendo. Si lo que se registró hace dos años resulta muchas veces incorrecto, lo que realmente ocurrió hace varios miles de años se convierte más en una cuestión de en cuál historia parecen encajar mejor las piezas.
La civilización harappa puede haber tenido una influencia posterior mucho más relevante que la que se ha pensado.3
Lo que se cree que sucedió es que los arios, miembros de una cultura guerrera, se trasladaron hacia el norte de la India alrededor de 2000 AEC. Hacia 1200, un grupo de familias arias ilustradas recopiló los himnos que cantaban antes, durante y después de la batalla y los juntaron con la sabiduría de sus antepasados para crear una colección de obras llamadas el Rig Veda.
De los Vedas se desprendió la religión hindú, que encausa la idiosincrasia guerrera aria por caminos más pacíficos e introspectivos. Del hinduismo surgió el sistema de castas de los brahmanes (sacerdotes), que conforman el nivel superior, seguido por la casta militar, los chatrías. Los vaishías eran comerciantes y agricultores, y debajo de ellos estaban los shudrás, que servían a las otras tres castas.
En 321 AEC, un hombre llamado Chandragupta Maurya organizó un pequeño ejército, doblegó los restos de las tropas de Alejandro que permanecían en Pakistán, declaró libre a la India y se dirigió al oeste para someter por rebelión e insurrección al reino más grande del Ganges. Respaldado por el sutil y confabulador asesor, Kautilya Chanakya, Chandragupta estableció la dinastía Maurayan, que gobernó durante 137 años.
Poco se sabe de los comienzos de sus primeros años de vida. Algunas fuentes aseguran que Chandragupta provenía de la casta más baja, los shudrás, mientras otras dicen que era de los shatrías, pero en exilio. Otras incluso señalan que alguna vez fue esclavo. A pesar de un comienzo tan humilde, el imperio que fundó y mantuvo fue indiscutiblemente el más grande y próspero de la época.
Gran parte de la información acerca de su reino proviene del explorador y etnógrafo griego Megástenes, quien informó a un mundo griego sorprendido que existía una civilización enteramente igual a la griega en sofisticación, tamaño, prosperidad y cultura.
Aunque Chandragupta gobernó como un déspota, fue lo suficientemente inteligente como para dejar la mayor parte de las maquinaciones subrepticias a su astuto consejero, Kautilya. El gobierno que fundó fue un modelo de eficiencia. Siempre atento a la necesidad de la fuerza de las armas, mantuvo un ejército permanente de unos 600.000 soldados y una extensa red de espías y cortesanas que lo mantenían informado. Dividió la administración en varios departamentos: impuestos, aduanas, fronteras, pasaportes, comunicaciones, gravámenes sobre consumos específicos, minas, agricultura, ganadería, comercio, bodegas, navegación, bosques, juegos públicos (juegos de azar), prostitución y acuñación de moneda. Todas las profesiones, industrias y ocupaciones fueron gravadas, y a los nobles que se enriquecían en exceso los convencían de hacer donaciones significativas. Un ejemplo del nivel de logro y del grado de eficiencia de la administración eran la construcción y reparación de carreteras en todo el imperio que hacía el Departamento de Comunicaciones. La amplitud de las vías imperiales era de 19,5 metros de ancho y la de las carreteras comerciales de 9,3 metros. Los caminos rurales obligatoriamente debían tener el ancho de una carreta (en comparación, una carretera moderna de cuatro carriles en Estados Unidos tiene carriles de 3,7 metros de ancho, o 14,6 metros de ancho total sin incluir el separador). En cada milla (1,6 km), las carreteras se marcaban con postes que indicaban la dirección y las distancias. Se plantaban árboles de sombra, se excavaban pozos y, a trayectos convenientes, había hoteles con personal para la atención de los huéspedes. A distancias regulares se establecían comisarías para mantener el orden y la seguridad de los viajeros.
Hacia el final de su reinado una gran hambruna azotó el territorio. La tradición dice que Chandragupta se sintió tan abatido por no poder alimentar a su pueblo que abdicó el trono para volverse un seguidor del jainismo, una religión fundada aproximadamente al mismo tiempo que el budismo en 600 AEC. Los jainistas creen que el camino hacia la liberación y la felicidad es vivir una vida de renuncia sin hacer mal a nadie. Jina significa conquistador, alguien que ha sometido a enemigos internos tales como el apego, la ira, el orgullo y la codicia.
Chandragupta vivió como jainista durante doce años antes de privarse de alimentos hasta morir. Fue sucedido por su hijo, Bidusara, quien gobernó bien treinta años, pero su reinado fue eclipsado por el de su propio hijo, Ashoka Vardhana, una de las más grandes figuras de la historia de la India.
Ashoka transformaría a la India tanto como Buda, cuya fe defendió.
Es típico de la tradición budista que quien sufre una transformación profunda inicialmente deba ser considerado como malvado. Se afirma que Ashoka asesinó a dos de sus hermanos y no era ajeno a la violencia. Heredó un imperio en el que gobernó sobre más de 30 millones de súbditos. Al principio lo hizo con crueldad y severidad. Cuando la ciudad de Kalinga se rebeló, enfrentó al ejército rebelde en la batalla y salió victorioso. Más de 100.000 soldados de Kalinga murieron durante los combates y muchos más fallecieron por las heridas y enfermedades que sobrevinieron. De los que quedaron en la ciudad, 150.000 fueron deportados a los más lejanos confines del imperio.
Ashoka vivió posteriormente una profunda transformación.
Una versión sostiene que tras la batalla, un santo budista fue encarcelado sin causa en un calabozo donde Ashoka había decretado que nadie saldría con vida. El santo fue arrojado en un caldero de agua caliente, pero el agua se negó a hervir. El guardián envió un mensaje a Ashoka, quien bajó al calabozo y quedó maravillado con lo que vio. Cuando el carcelero recordó a Ashoka que nadie debería salir del calabozo con vida, este ordenó que el carcelero fuera arrojado al caldero, lo que demuestra una vez más que la impertinencia hacia la autoridad se tolera a veces, pero no siempre.
Después de regresar al palacio, Ashoka tuvo una transformación, ordenó destruir la prisión e hizo que el código penal fuese más indulgente. Luego restauró las tierras a los kalingas y les envió un mensaje de disculpa que representa probablemente la primera y última vez en la historia que alguien con tanto poder haya tenido un gesto como este. 4
En otra versión, Ashoka observó la gran destrucción que había originado al reprimir la revuelta y se llenó de remordimiento. En una gran piedra escribió para recordar el evento, no el número de muertos y su conquista, sino:
“La masacre, la muerte y la deportación son extremadamente dolorosas para Devanampiya (el amado de los dioses) y pesan mucho en su mente”.5
Sea cual sea la versión que uno crea, algo es cierto: a partir de ese momento su reinado pasó ser uno que solo podríamos denominar como iluminado.
Ashoka impulsó una nueva política de moderación militar y anunció este hecho en postes gigantescos, acantilados y edificios. Promulgó reglas para detener el deporte aristocrático de la caza, y creó hospitales veterinarios. Instó a su gente a dejar de lado la avaricia y la extravagancia. Se convirtió en un benefactor del budismo; fundó unos 84.000 monasterios y envió misioneros al Tibet, Ceilán, e incluso a Siria y Grecia, allanando quizá el camino para el pacifismo de la doctrina cristiana en los dos siglos siguientes.6
No renunció al control de su imperio hasta el final de su vida. Debió haber sabido que si abdicaba para seguir su camino espiritual personal otros tomarían su lugar y gobernarían mal, lo que de hecho hicieron. No podía traer de vuelta a los que deportó a lugares remotos sin generar una rebelión como la que había enfrentado inicialmente. Tampoco podía reducir los impuestos al mínimo y al mismo tiempo tener con qué pagar la maquinaria administrativa que mantenía a todo en marcha y permitía a sus súbditos vivir sin miedo a la invasión y la conquista. Aun así anhelaba la capacidad de gobernar sin dureza, lo que le resultaba difícil, si no imposible. La fuerza era necesaria la mayoría de las veces.7
Ashoka gobernó cerca de cuarenta años. En el transcurso de una generación su imperio se derrumbó, aunque su legado budista permanece hoy y se ha extendido por toda Asia y por el mundo.8 Lo que es más aleccionador del reinado de Ashoka es que antes de la Ilustración, el surgimiento de la democracia en Occidente, la mano de obra organizada y la disparidad de la riqueza, él enfrentó el dilema mismo de la civilización: ¿cómo convivimos bien con los demás? No se trata solo de personas que viven con otras personas, sino de relaciones viables entre el Gobierno y los ciudadanos, los directores de las corporaciones y sus empleados, los líderes y sus seguidores. ¿Cómo se logra esto?
Históricamente, las civilizaciones y todo lo que representan deben su auge al uso de la mano de obra de muchos que algunos pocos utilizan para crear los edificios, los templos, los jardines y las artes. Se basan en una tradición de guerra y conquista, y las sostienen leyes que se hacen cumplir con violencia;9 sin embargo, al igual que Ashoka, deseamos la paz y la convivencia entre nosotros y con el medio ambiente. Deseamos que el Gobierno proporcione el terreno de juego en el que todos podamos tener éxito, y normas que se apliquen por igual para todos. Pero no queremos vernos cercados por la intrusión del Gobierno, renunciar a nuestra privacidad ni abdicar nuestras libertades para elegir. ¿Dónde está ese equilibrio?
La historia, incluso una tan larga como la de la India, ha mantenido silencio, aparte de señalar que las Edades de Oro ocurren, pero generalmente están precedidas por periodos de turbulencia y grandes cambios. A veces los jefes de Estado deben usar la fuerza para mantener un entorno en el que las personas puedan vivir libremente; pero la moderación, la clemencia y una empatía profunda con todos no solo son necesarias para que los líderes convivan con sus seguidores, sino también con ellos mismos.
- (S. A.), (S. F.) India, The New York Times. Consultado el 17 de mayo de 2015 en: http://topics.nytimes.com/top/news/international/countriesandterritories/india/index.html
- Durant, W. (1963) Our Oriental Heritage. Simon and Schuster, Nueva York, N.Y.
- Frawley, D. (S. F.) The Myth of the Aryan Invasion of India. Consultado el 17 de mayo de 2015 en: http://www.indiaforum.org/india/hinduism/aryan/page3.html
- Durant, cit.
- Armstrong, K. (2014). Fields of Blood, Religion and the History of Violence. Alfred A. Knopf, Canadá.
- Durant, cit.
- Armstrong, cit.
- Durant, cit.
- Armstrong, cit.
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