Legitimidad versus éxito
Diciembre de 2014
Ivan Obolensky
En el año 331 a. C., Alejandro Magno, después de haber conquistado a los persas, descendió por la costa de Palestina e invadió Egipto. Luego marchó con su ejército desde la capital hasta la desembocadura del río Nilo y fundó la más famosa de las ciudades que lleva su nombre: Alejandría. Poco después, viajó cerca de 350 kilómetros hacia el Oeste por el desierto de Libia para visitar el pequeño oasis de Siwa y consultar a uno de los grandes oráculos de la época: el de Amón.
Alejandro se encontró allí con un sacerdote que lo saludó en griego, con unas palabras que pretendían decir: “Oh, hijo mío”. En realidad, el saludo mal pronunciado decía: “Oh, hijo de Zeus”, lo que pareció complacer enormemente a Alejandro.
No sabemos lo que preguntó al oráculo, solo sabemos que se mostró satisfecho por la respuesta.
El director de la biblioteca de Alejandría nos dio una pista. Afirmó que Aristóteles, antiguo tutor de Alejandro, había pedido al joven rey que tratara a todos los griegos como hermanos y a los persas como bárbaros. Alejandro, luego de consultar al oráculo, acogió por el contrario un concepto más amplio: todos los hombres son hermanos y solo debería existir un gobernante, Alejandro.
Uno puede conquistar si cuenta con los recursos y la disposición, pero ¿debería hacerlo? Con la respuesta del oráculo, Alejandro recibió la aprobación divina. Además, pudo articular un concepto que no solo legitimaría sus propias conquistas, sino también el gobierno de los monarcas de la civilización occidental en los años venideros.
Este modo de gobierno fue conocido como el Derecho divino de los reyes.1
“La legitimidad política” siempre ha sido una condición básica para gobernar. Se puede definir como el reconocimiento y la aceptación de un sistema político por parte de una población.
En la filosofía política china, la legitimidad se derivaba del Mandato del cielo. Este concepto comenzó con la dinastía Zhou (1046-256 a. C.). La validez del soberano se basaba en la capacidad del gobernante para gobernar bien y de manera adecuada. La pobreza y los desastres eran considerados signos de que el Cielo ya no aprobaba la gestión del gobernante, y que este debía reemplazarse. El Mandato del cielo vinculaba a los súbditos con el gobernante, y a este con los gobernados.2
A medida que crecieron las poblaciones y las economías, el concepto de legitimidad política también se expandió.
Max Weber (1864-1920), un influyente sociólogo y economista político alemán, describió la legitimidad política como la combinación de tres ideas:
- Legitimidad tradicional: basada en la tradición y la costumbre. Cuanto más tiempo existe el gobierno, más probable será que sea considerado legítimo por su población, así como por otras naciones. Una monarquía hereditaria podría tomar esta forma.
- Legitimidad carismática: fundamentada en las habilidades de liderazgo y el carisma del gobernante. El líder puede imponer la aceptación a través del brillo y la fuerza de su personalidad. Quienes siguen a un líder lo hacen porque este se sitúa muy por encima del ciudadano promedio. Napoleón era uno de ellos.
- Legitimidad racional-legal: en la que el poder político se deriva del sistema de Gobierno, tal como está consagrado en una Constitución que las personas aceptan y en la que creen.3
A pesar de su carisma, la legitimidad de Alejandro Magno era unilateral. Apenas reconocía a sus gobernados, más allá del deber que estos tenían de aceptarlo políticamente como una deidad. Se tomó a pecho la creencia egipcia de que era descendiente del dios sol, Amón-Ra y, al igual que el sol, iba a brillar y a pronunciarse sobre todos los hombres equitativamente y, por tanto, legítimamente. No sabemos si su motivación fue la simple sed de poder o el deseo de ver desterradas las animosidades entre los pueblos; sin embargo, todo indica que fue un líder extraordinario, amado casi universalmente por sus súbditos y seguidores. Que haya logrado fomentar una reputación de invencibilidad en la batalla sin duda contribuyó a reafirmar su legitimidad, pues la aceptación era una solución más conveniente que la resistencia.4
El poderío siempre puede dictar su propia legitimidad, al menos por una generación, pero para que un legado sea duradero se requiere algo más.
Resulta irónico que la legitimidad política derivada del Cielo fuese reemplazada más adelante por una idea en la que el poder provenía de la tierra. Esta idea se denominó “democracia”, y tuvo un inicio tambaleante años antes de que Alejandro Magno irrumpiera en escena como un dios guerrero.
La democracia comenzó su desarrollo en Atenas en el siglo VI a. C. Creció como consecuencia de una prolongada desigualdad económica. Las familias aristocráticas poseían las mejores tierras. Se enriquecieron y lograron soportar los años malos, mientras que los dueños de pequeñas propiedades tenían que hipotecar sus bienes para sobrevivir. En muchos casos el endeudamiento conducía a la esclavitud. Además, los cereales alcanzaron precios más altos en Asia Menor (la actual Turquía). Este producto básico se comercializaba en el extranjero dejando poco para alimentar a los pobladores de los estratos económicos más bajos.
Las presiones sociales y económicas crearon tantas divisiones y fisuras en el tejido social de Atenas que amenazaron con destruir la sociedad. Fue Solón, considerado aun entonces uno de los hombres más sabios de Grecia, quien logró evitar un desastre casi seguro. En el año 594 a.C. se le otorgaron plenos poderes para reformar las leyes de la ciudad, y en esa tarea demostró moderación y templanza.
Canceló hipotecas, repatrió a quienes habían sido enviados al extranjero como esclavos y condonó sumas adeudadas al Estado. Además, reestructuró la legislación sobre quiénes podían votar y se restringió de esta manera la votación basada en la afiliación a los clanes. Igualmente, prohibió la exportación de cereales al tiempo que permitía la de aceite de oliva, lo que ayudó a que Atenas se convirtiera en un emporio comercial.5
Las reformas de Solón contribuyeron, en última instancia, a disminuir la concentración de la riqueza, hicieron que los pobres fuesen menos pobres y sentaron las bases para la futura creación de la democracia ateniense casi cien años más tarde, en 508 a.C. Incluso entonces estuvo a punto de fracasar. Los cuestionamientos sobre la legitimidad del experimento perturbaron su aplicación, sobre todo porque las familias aristocráticas ricas consideraban que la tradición les daba el derecho de gobernar.
La legitimidad también fue puesta en duda por las creencias sociales y las realidades económicas que aún persistían.
Estaba la lealtad a la familia frente a la lealtad a un Estado en el que no existía este tipo de afiliaciones y cuyos criterios de votación reducían la influencia de la familia.
También estaba la fuerza de la costumbre y la tradición, como la del ojo por ojo, a la que se oponían las leyes estatales que prohibían la búsqueda de venganza.
Más importante aún fue el concepto de la religión y el destino frente a la capacidad del hombre de forjarse su propio destino.
¿Cómo podrían comprenderse y asimilarse en la nueva sociedad estos antagonismos sin fracturar la ciudad otra vez? ¿Quién diría que esta nueva creación política artificial (la democracia) era más o menos legítima que formas anteriores de gobierno como las ejercidas por un tirano o un rey?
El proceso de responder a tales preguntas fue brevemente interrumpido por la invasión de los persas, hasta que finalmente se dio rienda suelta al análisis. Este se hizo en un foro único que era a la vez religioso y secular. Se conoció como el teatro, y sabemos por las obras que han sobrevivido que esas cuestiones se examinaron en profundidad.
La tragedia griega, en particular, nos presenta el concepto de que la posesión del poder político puede convertirse rápidamente en tiranía y que es el hombre, no los dioses, quien puede dar legitimidad política a un gobierno.6
Es discutible la noción de que la democracia como concepto habría continuado si Grecia no hubiese sido sometida por Alejandro. La monarquía se convirtió en el método preferido de gobierno.
Los regímenes, incluso los impopulares, pueden permanecer en el poder si son respaldados por una élite pequeña pero poderosa. Aún durante los tiempos medievales, el nivel de educación, la producción y el ingreso del ciudadano promedio estaban apenas por encima del nivel de subsistencia. Recién en el siglo XVIII, y ante el surgimiento de una clase media próspera, quienes eran más empezaron a cuestionar la legitimidad de los pocos, y fue posible un cambio político fundamental. Las revoluciones en América, y especialmente la revolución en Francia, anunciaron que el mundo había cambiado irrevocablemente y que la legitimidad política ya no era perpetua, incluso para un rey.
La legitimidad política no se entiende hoy como un simple sí o un no, sino como algo gradual. Es cambiante y su continuidad no está garantizada.
La democracia o gobierno representativo tiene una ventaja especial sobre otras formas de gobierno: los ciudadanos pueden odiar al político mientras aman el sistema. Los políticos pueden ser expulsados sin que el sistema deje de funcionar, pero aun así existen límites.
Al igual que bajo el Mandato del cielo, la legitimidad se basa en la prosperidad y la salud de las personas. Una mala situación económica debido a políticas ineptas, el despilfarro en guerras interminables y la conciencia generalizada de que no existe la oportunidad de una vida mejor menoscaban la idea de legitimidad en las mentes de los que en última instancia deben respaldar el sistema.7
El auge de los movimientos separatistas hoy es un indicador de dificultades económicas y estos son, en esencia, síntomas de desconfianza popular y de crecientes problemas de legitimidad política. Incluso la democracia puede ser erosionada por una evidente incompetencia.
Solo hay una regla de liderazgo que conoce todo aquel que lidera o alguna vez lideró: el éxito habla por sí mismo.
- Fuller, J. F. C., (1987) A Military History of the Western World, volumen I. Nueva York, N. Y., Da Capo Press.
- Durant, W. (1963) Our Oriental Heritage, Nueva York, N. Y., Simon & Schuster.
- Peer, F. (2010) Political Legitimacy. Consultado el 8 de diciembre de 2014 en: http://plato.stanford.edu/entries/legitimacy/
- Arrian (1971) Campaigns of Alexander. Nueva York, N. Y., Penguin Books.
- Durant, W. (1939) The Life of Greece. Nueva York, N. Y., Simon & Schuster.
- Sophocles (1998) Oxford World Classics, Antigone, Oedipus the King, Electra. Gran Bretaña, Reino Unido, Oxford University Press.
- Aragón, J. (N.D.) Political Legitimacy and Democracy. Consultado el 8 de diciembre de 2014 en: http://www.luc.edu/media/lucedu/dccirp/pdfs/articlesforresourc/Article_-_Aragon_Trelles,_Jorge_2.pdf.
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