¿Qué tan frágil es nuestra base de conocimientos?
Noviembre de 2011
Ivan Obolensky
Una empresa está compuesta por muchos empleados que han ayudado a construirla desde el inicio. Ellos tienen no solo el conocimiento de lo que ha llevado a la empresa al éxito, sino una base de conocimientos sobre lo que funciona y lo que no, hasta en sus más mínimos detalles.
El conocimiento es invisible y por eso no se nota cuando sale por la puerta, después de recibir una jubilación anticipada con el fin de reducir los gastos. Allí no solo desaparece el conocimiento, sino también un conjunto de normas éticas y de estándares de excelencia. ¿Cuánto cuesta esta decisión? Si es onerosa en pequeña escala, ¿qué tan costosa resultará en una escala aún mayor?
¿Qué se recordará de nuestra época en el año 5000 d. C.? ¿Seguirán exigiendo a los alumnos que lean el Homero que yo estudié en la secundaria? ¿Existirá todavía un ejemplar del libro? ¿Existirán todavía los libros, o si todo el conocimiento y la información se encuentran en medios electrónicos, se cambiarán sutilmente para que no se sepa lo que originalmente expresaban? ¿Estará todo lo que sabemos ahora sujeto a las modificaciones dictadas por un futuro de corrección política y cultural?
La historia ha demostrado que ha habido pérdidas de conocimiento, o desvanecimientos, en los que no solo se han olvidado conocimientos prácticos, sino que grandes obras de la literatura simplemente han desaparecido para siempre. El hecho de que tengamos todavía copias de la Ilíada o la Odisea dice mucho acerca de la veneración que se tiene por estas obras. Sin duda, mientras más grandiosa sea la obra, más difusión tendrá y mayores serán sus probabilidades de sobrevivir.
Por otra parte, tal vez el Homero del año 5000 será alguien como John Grisham, o Danielle Steele. No lo sabemos. Lo cierto es que una de las razones por las que todavía existen muchas obras de los clásicos antiguos es que en un momento dado se tradujeron a otros idiomas y, por tanto, se conservaron. Imaginemos solo lo que pensaríamos y sabríamos de la cultura griega si conociéramos las 116 obras griegas que Sófocles escribió y que se perdieron. Por mi parte, solo puedo imaginar lo diferente que serían las ideas políticas y económicas de la actualidad si esas obras de una cultura tan políticamente sofisticada fueran conocidas y se hubiesen mantenido a salvo.
El conocimiento de nuestro pasado antiguo se ha conservado en gran parte gracias a lo que se ha llamado “El movimiento de traducción”, un regalo de la cultura árabe.
Este movimiento comenzó en Bagdad a mediados de los años 700 d. C. en la “Casa de la Sabiduría”, donde se traducían al árabe obras griegas y de la India. La iniciativa la respaldaba un gran número de tiendas de papelería que funcionaban además como librerías. Una en particular, llamada Al-Nakim, vendía miles de libros cada día, en un momento en el que Europa apenas había comenzado a regresar a la agricultura sistemática y se había “desurbanizado” a tal punto que la educación existente estaba confinada a las escuelas monásticas, donde se estudiaban principalmente los textos de la Biblia.1
Tanto el pensamiento como el lenguaje griego impregnaron el Medio Oriente y se extendieron hasta la India con las conquistas de Alejandro a mediados de los años 300 a. C. Fue bajo los reyes macedonios, Ptolomeo I Sóter (el Salvador) y su hijo, Ptolomeo II, que se concibió e inauguró la gran biblioteca de Alejandría. A la biblioteca se le encomendó la recolección del conocimiento del mundo entero. Un mandato real le exigía visitar las ferias del libro en Rodas y Atenas y comprar todos los libros disponibles, lo mismo que retirar los libros de todos los buques que visitaran el puerto de Alejandría. En la biblioteca se guardaban los textos y se hacían copias que eran enviadas a los propietarios de los originales.
Frente a lo que sucedió con la gran biblioteca existen varias historias: la primera la ofrece Plutarco en su “Vidas paralelas”, donde menciona que Julio César quemó accidentalmente la biblioteca mientras prendía fuego a sus propios barcos como una maniobra táctica que se salió de control.2
Otra historia señala que cuando el emperador Aureliano suprimió la revuelta de la reina Zenobia, en el año 274 d. C., las tres bibliotecas, no una sola, fueron destruidas, pero solo luego de que parte del contenido había sido trasladado a Constantinopla.3
Hacia el año 400 d. C., los relatos de varios testigos señalan que la biblioteca principal, así como las dos bibliotecas menores, se destruyeron por completo como consecuencia del decreto contra el paganismo expedido por el emperador Teodosio I.4
En apenas setecientos años, casi el mismo período de tiempo que ha transcurrido desde el descubrimiento del “Nuevo Mundo”, una gran bodega, sino la más grande, de conocimientos del mundo floreció, se desvaneció y se apagó. Sus libros fueron quemados o destruidos, o tomados y ocultados en distintos escondrijos del mundo.
Entre los años 750 y 900 d. C., 300 años después, se produjo un segundo intento de recuperar la base de conocimientos del mundo. El imperio del Islam se extendía desde el Oriente Medio hasta el norte de África y parte de España. Después de que el profeta Mahoma le ordenara al califa al-Ma’mun “buscar el conocimiento hasta la China”, este recibió la aprobación del entonces emperador bizantino de Constantinopla y envió a un grupo de eruditos para seleccionar y traer de vuelta a Bagdad todos los manuscritos científicos griegos, que serían traducidos al árabe en un lugar llamado Bayt al Hikma, la Casa de la Sabiduría. A pesar de que originalmente este centro se concentraba en las matemáticas, no se excluyeron otros temas y muchos textos más se copiaron, se tradujeron al árabe y se preservaron.
Durante los siguientes doscientos años Europa empezó a recuperarse, mientras que el mundo islámico iniciaba su fragmentación como resultado de conflictos internos. Por primera vez desde el establecimiento de la España musulmana en el año 711, una gran ciudad sucumbía ante las fuerzas cristianas. El 25 de mayo de 1085, Alfonso VI de Castilla tomó Toledo y estableció un control directo sobre la ciudad. A diferencia de lo sucedido en las tomas de otras ciudades, esta vez las bibliotecas y centros de enseñanza de Toledo se salvaron. Poco después, todo el cúmulo de conocimiento concentrado en los textos árabes y hebreos comenzó a fluir hacia el latín, gracias a los esfuerzos del arzobispo de Toledo, Francis Raymond de Sauvetât. La mayoría de las obras se tradujeron del árabe al castellano y de allí al latín, la lengua oficial de la Iglesia. En especial, se seleccionaron para su traducción las obras de Aristóteles, así como comentarios de varios eruditos árabes. Este proyecto, la creación de un grupo de trabajo permanente de traductores, se conoció como La Escuela de Traductores de Toledo.
Después de la muerte del arzobispo Raymond de Sauvetât, el trabajo de traducción decayó y fue necesario que transcurrieran otros doscientos años, hasta 1252, y la llegada del reinado de Alfonso X de Castilla, conocido como el Sabio, para que se renovaran los esfuerzos de traducción. El rey Alfonso decidió sustituir el latín como lengua principal de traducción por el castellano local, con lo cual sentó a la vez las bases de la lengua española. También insistió en que los textos fueran fáciles de entender. Esto aseguró que encontraran un público mucho más amplio, y muy pronto estudiosos de Alemania, Italia, Inglaterra y los Países Bajos se reunieron en Toledo para aprender y traducir textos médicos, religiosos, clásicos y filosóficos. Estos estudiosos regresaron luego a sus países con el conocimiento del griego clásico, el árabe y el hebreo antiguo, fundamentales para la futura erudición.
Los métodos de traducción se perfeccionaron también. Ahora, un lingüista que conociera varios idiomas traducía directamente al español para un escribiente. El trabajo del escribiente se revisaba más tarde y lo corregían los editores, uno de los cuales fue el mismo Alfonso, a quien le interesaban diversos temas. A él se le atribuye igualmente la autoría de uno de los primeros tratados occidentales sobre el ajedrez.
Aunque la escuela fue desmantelada después de la muerte de Alfonso X, las traducciones hallaron su camino a muchas de las Universidades de Europa e indirectamente contribuyeron a impulsar el renacimiento humanista que con el tiempo se convirtió en el Renacimiento.5
Sin esta cadena extraña y fortuita de acontecimientos, que se extiende por muchos siglos, numerosos países, tres religiones y diferentes lenguas, es probable que hubiésemos perdido una gran parte de la comprensión y la base de conocimientos sobre cómo hemos llegado a la situación en la que nos encontramos ahora, y sobre la manera en que el pensamiento humano ha evolucionado o se ha conservado a lo largo de más de dos mil años. Todavía estudiamos los clásicos porque ellos nos hablan elocuentemente sobre muchos temas que siguen siendo relevantes en la actualidad, y esta es tal vez la principal razón de su importancia. Gran parte de lo que hoy experimentamos política, económica y socialmente ha sido ya considerado antes. El hecho de que esas antiguas obras se tradujeran una y otra vez nos ha ayudado a mantener viva la comprensión de que nosotros, como cultura, tenemos nuestras raíces en el conocimiento acumulado del pasado y el presente.
Este efecto de la acumulación constante es lo más significativo. El pensamiento actual en el campo de la inteligencia artificial parece indicar que ni la mente humana ni una computadora tienen el potencial de aprendizaje ilimitado. Como individuos, creemos a veces alcanzar ciertos límites en los que la información antigua se descarta en favor de la nueva, como un balde que solo puede contener una cantidad determinada de agua. La existencia de un límite en la capacidad de almacenar información es algo que todos hemos experimentado en una u otra forma: por eso olvidamos.
No obstante, para el caso de una cultura, particularmente en una base científica, no parece existir en el largo plazo ningún límite superior para nuestra capacidad de aprendizaje. Siempre y cuando la base de conocimientos sobre la que nos encontremos sea segura, será posible llevar el límite más y más alto, comprobando constantemente que el punto al que nos dirigimos será al menos diferente de aquel en donde hemos estado antes.6
La Internet ha sido un gran recurso, tan grandioso para ayudar a preservar y permitir que los conocimientos se difundan ampliamente, que podría ser posible olvidar lo vulnerable que es la base de conocimientos a la corrupción y tal vez a su eliminación.
La diversidad, en términos de especies, puntos de vista e inversiones, ha sido un elemento fundamental para el éxito de la supervivencia. De hecho, la propia Internet fue fundada como una red de defensa que permitiera el almacenamiento extendido de la información, de tal manera que esta no pudiese ser secuestrada en un solo ataque.
Tomar las obras importantes de cada cultura y traducirlas a tantos idiomas como fuera posible es una idea un poco extrema. Pero hay que advertir que la construcción de las bases de conocimiento puede tomar cientos de años, y que muchas veces su destrucción se mide en momentos en comparación con la edificación sistemática que tuvo que transcurrir para su consolidación. Al igual que el veterano con veinticinco años de trabajo que en treinta segundos sale por la puerta llevándose consigo el valor de un cuarto de siglo de historia y conocimiento de la compañía, el momento para asegurar la preservación de esa base de conocimientos tiene que ser mucho antes de que se pierda.
La traducción ha sido considerada a menudo como un simple medio para trasladar una idea de una cultura a otra. Pero parece que tiene además una función adicional: puede ser también la única manera de preservar una idea, como lo ha demostrado más de una vez la historia de nuestro mundo.
[Un video basado en este artículo fue creado por Smith-Obolensky Media.]
1 Lyons, J. (2011). The House of Wisdom: How the Arabs Transformed Western Civilization. Nueva York, NY: Bloomsbury Press.
2 Durant, W., & Durant, A. (1939). Part II, The Life of Greece. En The Story of Civilization. Nueva York, NY: Simon and Schuster.
3 Gibbon, E. (1845). History of the Decline and Fall of the Roman Empire. Edición del Kindle: B&R Samizdat Express.
4 Durant, W., & Durant, A. (1939). Part III, Caesar and Christ. En The Story of Civilization. Nueva York, NY: Simon and Schuster.
5 Durant, W., & Durant, A. (1939). Part IV, The Age of Faith. En The Story of Civilization. Nueva York, NY: Simon and Schuster.
6 Hall, J. S. (2007). Beyond AI: Creating the Conscience of the Machine. Amherst, NY: Prometheus Books.
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