¿La forma sigue a la función?
Junio de 2012
Ivan Obolensky
El mundo moderno avanza con rapidez; lo mueve la información y se orienta hacia los resultados. La necesidad de computadoras más potentes, mayor ancho de banda y mejor información son los motores del crecimiento tecnológico y del progreso económico. El mundo tecnológico que nos rodea es resultado de miles de acciones tendientes a aumentar la eficiencia y la productividad. Ahora tenemos que esforzarnos más para mantener nuestras cabezas a flote.
En la revistas, los artículos señalan que “la forma sigue a la función”.
Este lema se ha convertido en el mantra del diseño industrial, la arquitectura moderna y el pensamiento lógico.
Con él se quiere decir que la forma de un objeto debe reflejar su función, de la misma manera que un objeto que tenga un movimiento rápido debería lucir aerodinámico. Los organismos se adaptan a su entorno, y la forma y la estructura que adoptan responden a este proceso. La forma se desprende de la actividad y la función viene primero.1
Esta idea parece completamente lógica, pero ¿qué tal si fuese cierta solo en parte? ¿Cómo podríamos ver la vida si analizáramos el concepto contrario: que la función viene después o es el resultado de la forma? Esto significaría que la forma aerodinámica permite que un objeto se desplace rápidamente a través del aire. La estructura viene primero y determina la función.
Este debate entre la estructura y la función se ha adentrado en muchos campos, incluido el de la lingüística.
El lenguaje es considerado por muchos como el resultado del deseo innato del hombre de comunicarse y socializar. Su desarrollo se dio a partir de nuestra necesidad inherente de asociarnos. Pero, ¿y si nuestro deseo de comunicarnos y de tener una cohesión social fuese simplemente la manifestación del lenguaje? El lenguaje es la razón por la que somos tan gregarios, no el resultado.
Esta clase de debates sobre la forma y la función se pueden extender incluso al pensamiento.
El pensamiento deductivo comienza con una premisa y llega a una conclusión. La forma o la estructura constituyen la fuerza motriz.
En “Estudio en escarlata”, Sherlock Holmes deduce la altura de un posible asesino al suponer que una persona normalmente escribe en la pared al nivel de su mirada. A partir de este hecho —la escritura a 1,6 metros del suelo— se puede deducir otro hecho: la altura del asesino era superior a 1,6 metros. Holmes llamó a esto la ciencia de la deducción. La altura del hombre (la forma) determinaba a qué altura de la pared escribiría (función).
Aunque respaldado por Conan Doyle, el pensamiento deductivo ha tendido a ser eclipsado por su hermana, la inducción, que es más conocida como el fundamento del método científico.2
Con el pensamiento inductivo se observan los hechos y se sacan conclusiones. Uno no se basa en premisas establecidas por la ortodoxia o por la autoridad como fundamentos del conocimiento. La observación personal de la función es fundamental.
El método científico utiliza estas observaciones como la base para establecer conclusiones tentativas o hipótesis. Estas conclusiones (como la de que todos los objetos terminan en el suelo cuando se dejan caer) pueden verificarse en el laboratorio o pueden utilizarse para predecir nuevos comportamientos (los planetas son atraídos hacia el Sol de la misma manera que los objetos caen al suelo en la Tierra). Si las predicciones están respaldadas por la experiencia, se crean leyes y nuevas interpretaciones de la naturaleza. Fue en esta secuencia en la que se basaron Galileo y Francis Bacon en su búsqueda de conocimiento en el siglo XVI.
La ciencia y la tecnología fueron su legado, y el razonamiento inductivo su método. La forma o la estructura fue el resultado de la interacción de las leyes naturales que se hizo manifiesta mediante la observación del funcionamiento de la naturaleza. La ciencia se convirtió en una de las construcciones más exitosas de la mente humana, y su forma de ver el mundo se convirtió en el principal medio de descubrimiento. La forma seguía a la función.3
En el siglo XVIII muchos intelectuales, especialmente en Francia, se hallaban familiarizados con el método científico. Creían también que el autoritarismo de la Iglesia católica era la raíz de la mayor parte de los males de la sociedad. Las supersticiones e ideas fijas limitaban las capacidades del hombre, obstaculizaban su desarrollo y confrontaban a cada paso su progreso.
Sin embargo, fue esta misma Iglesia la que se encargó de elevar el nivel de alfabetización del pueblo francés de alrededor de una quinta a una tercera parte de la población durante el siglo XVIII. En esto tuvo éxito, y fue este aumento de la alfabetización el que generó una correspondiente demanda de materiales para leer. La producción de libros se incrementó significativamente, así como la de periódicos, volantes y tratados rústicamente impresos. Durante el reinado de Luis XVI (1754-1793), París tenía un diario y muchas otras ciudades contaban con semanarios.4
En este caso, fueron la alfabetización y la capacidad generalizada de leer (estructura) las que llevaron al aumento de la demanda de material de lectura. La estructura dio lugar al auge de libros, periódicos y volantes.
Existe un paralelo interesante en los tiempos modernos con el surgimiento de la computadora a finales del siglo XX. Cuando concluía la década de 1980 muchos hogares tenían computadoras. Con la computadora casera se esperaba un supuesto aumento de la productividad, pero aparte de su empleo como procesador de textos, organizador de los saldos bancarios y fuente de entretenimiento por sus juegos, esta tenía muy poca utilidad. La computadora era un interesante tema de conversación, pero no fue hasta que se le halló una función productiva y viable que realmente cobró forma la era tecnológica en que vivimos hoy. Windows 95, Internet, la conectividad y las redes transformaron el mundo. La computadora casera finalmente había encontrado una función y el resultado ha sido un auge tecnológico y de las industrias caseras. No fue la necesidad de la interconectividad lo que llevó al auge de la tecnología, sino lo contrario. Fue la computadora casera —la estructura, el medio para conectarse —lo que surgió primero y creó luego la expansión tecnológica y de negocios de la década de 1990.
La estructura precedió a la función en el discurso y en la interacción social, las publicaciones y las redes sociales.
Resulta irónico que vivamos en una época en la que pensamos que para poder avanzar es necesario movernos más rápido (más función) para crear una expansión tecnológica y económica (estructura). Al materializar el lema “la función sigue a la forma”, la humanidad parece haberse perdido en un mundo de tweets, textos, correos electrónicos, teléfonos celulares, iPhones, iPads, iPods y redes 4G que le permita comunicarse más.
Tal vez el énfasis que nuestro mundo moderno hace en la velocidad, en más información y en una mayor conectividad esté fuera de lugar. Quizá debamos detenernos, pensar y llegar a una idea brillante. Después de todo, si la estructura precipitó el auge de los años noventa, que nosotros, como actores económicos, quisiéramos emular, valdría la pena considerar cuál estructura existe actualmente que requiera hallar una función valiosa, o qué nueva estructura debería crearse para encontrar una función que propicie el éxito económico.
1 Michl, J. (2010, marzo 16). Form Follows What? The Modernist Notion of Function as a Carte Blanche. Consultado el 26 de junio de 2012, en http://janmichl.com/eng.fff-hai.html
2 Doyle, Sir A. C. (1887). A Study in Scarlet. En Sherlock Holmes: The Complete Collection. Edición del Kindle.
3 Goldman, Professor S. (2007). Great Scientific Ideas That Changed the World. Chantilly, VA: The Teaching Company.
4 Doyle, W. (2001). The French Revolution: A Very Short Introduction. Nueva York, NY: Oxford University Press, USA.
Lea su blog de autor en inglés o la traducción literaria al español de su novela, El ojo de la luna.
¿Interesado en reproducir uno de nuestros artículos? Consulte nuestros requisitos de reproducción.
© 2012 Dynamic Doingness, Inc. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida sin el permiso escrito del autor.