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Agosto de 2013
Ivan Obolensky

Se afirma que el 11 de marzo de 1854, el jefe Seattle pronunció un discurso en el que cedía a los colonos las tierras nativas cercanas a la ciudad que actualmente lleva su nombre. Él era del pueblo duwamish y su nombre no era Seattle, sino algo más cercano a Si’ahl. Lo que dijo exactamente en su discurso es todavía tema de controversia.

Que haya pronunciado el discurso es algo probable. Seattle era un hombre alto y conocido por sus habilidades oratorias. Se expresó en lushootseed, un idioma hablado en ese entonces por muchos pueblos nativos del estrecho de Puget. Hoy en día tal vez exista tan solo un puñado de personas que lo hablen con fluidez. El lushootseed no era universalmente conocido incluso en aquella época y debía traducirse a chinuk wawa o a la jerga chinook (lengua franca comercial) antes de poderse traducir de nuevo al inglés. Lo que se dijo solo fue consignado por escrito varios años después.1

Sin embargo, a pesar de su falta de autenticidad, el discurso se ha negado a desaparecer. El siguiente es un párrafo del mismo:

… Importa poco dónde pasemos el resto de nuestros días. No serán muchos. La noche del indio promete ser oscura. No brilla siquiera una estrella en el horizonte. Vientos de voz triste se lamentan en la distancia. Un lúgubre destino cruza el camino del hombre rojo, y dondequiera que vaya escuchará los pasos acechantes y certeros de su cruel destructor y se preparará para cumplir con su destino, así como el antílope herido que escucha los pasos cercanos del cazador. En unas cuantas lunas más, unos pocos inviernos más, ninguno de los poderosos ejércitos que una vez poblaron esta amplia tierra o que ahora deambulan en grupos fragmentarios por estas vastas soledades quedará vivo para llorar sobre las tumbas de un pueblo que alguna vez fue tan poderoso y lleno de esperanza como el suyo…2 (Safire, 1992. p. 574).

La afluencia de colonos al Oeste de Estados Unidos continuó sin tregua.

No obstante, la lucha de los indios contra la incursión tuvo un breve respiro entre 1861 y 1865, mientras la guerra civil hacía estragos en el Este, aunque los acontecimientos en Europa fueron los que finalmente ejercieron la presión decisiva sobre las naciones indígenas y aceleraron su colapso.

El suceso que tuvo consecuencias de largo alcance fue la firma por Otto von Bismarck del Tratado de Versalles de 1871, que puso fin a la guerra franco-prusiana. Una de las condiciones de la rendición era la demanda de una gran indemnización en oro que Francia debía pagarle a Alemania.

La cantidad de oro era lo suficientemente grande como para que Alemania tomara la decisión, en 1871, de dejar de acuñar por completo monedas de plata. Luego, en 1873 el Gobierno emitió un nuevo marco de oro que situó a efectivamente a Alemania bajo un patrón oro ya que este, y no la plata, establecía el valor de su moneda.

Este cambio tuvo profundas repercusiones, en particular del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos.

La mina Comstock, en Nevada, fue descubierta en 1857 y junto con otros hallazgos mineros llevó a Estados Unidos a suministrar la mayor parte de la plata del mundo en ese momento, ayudando a estimular un auge económico.

Estados Unidos se estaba expandiendo, lo que generó una ola de especulación, en particular con los ferrocarriles y los intereses mineros. Gran parte de la especulación se realizó mediante la inversión en la deuda emitida por los ferrocarriles y las empresas mineras, que recaudaron dinero para impulsar aún más el crecimiento. Por ese entonces era fácil  conseguir dinero.

El dólar de Estados Unidos se hallaba respaldado por una combinación de oro y plata, pero con la caída en el precio de la plata el valor relativo del dólar se redujo frente a otras monedas, como la libra inglesa y el marco alemán, que estaban respaldadas exclusivamente por el oro.

Puesto que el dinero suele ir donde recibe un mejor trato, comenzó a alejarse de los Estados Unidos y a dirigirse hacia monedas europeas respaldadas por oro, justo cuando se lo necesitaba para generar una mayor expansión. Para remediar esta situación, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley de la Moneda de 1873 mediante la cual el dólar también quedaba respaldado exclusivamente por el oro y exento de los efectos de la disminución de los precios de la plata.

Con esta decisión, la necesidad de plata como respaldo de la moneda disminuyó y la demanda se agotó, con lo cual el valor de la plata se desplomó aún más. Los mineros estaban indignados y denominaron la ley como “El crimen del 73”.

La solución de un problema dio lugar a otro. Una consecuencia inesperada de la ley fue una disminución en la oferta de dinero disponible.

Imaginemos una moneda respaldada por el oro y la plata y luego una moneda respaldada solo por el oro. Supongamos que se tiene disponible una cantidad absoluta de 100 dólares cuando al dólar lo respaldaban el oro y la plata, cada uno con una participación del 50 %. ¿Qué sucede cuando la moneda la respalda únicamente el oro? Pues que quedan solamente 50 dólares en circulación, ya que la cantidad circulante tiene que limitarse a la cantidad de dólares respaldada solo por el oro. De igual manera, el dinero en 1873 escaseó y conseguirlo costaba más debido a las mayores tasas de interés.

Gran parte de la especulación de la época se hizo a través de bonos, que emitieron principalmente muchas compañías de ferrocarriles e intereses mineros, en momentos en que las tasas de interés eran bajas.

¿Qué sucede con los bonos a largo plazo cuando las tasas de interés suben rápidamente?

Imaginemos un bono a largo plazo que paga el 3 % en un entorno en el que las tasas de interés han aumentado un 6 %. El bono con el 3 % de rendimiento pagaría mucho menos en comparación con un bono a largo plazo similar que pagara el 6 %. Cuando las tasas de interés subieron, estos bonos de menor rendimiento disminuyeron su valor. El resultado fue una rápida caída de sus precios y una insuficiente garantía para los préstamos que habían sido otorgados por los bancos.

Con al aumento de las tasas de interés, terminó el apetito del público por la deuda a largo plazo y la situación alcanzó un punto crítico.

En septiembre de 1873, Jay Cooke & Co. intentó comercializar bonos del ferrocarril por varios millones de dólares. No hubo compradores y justo antes de que pudiera obtener una importante inyección de dinero del gobierno, la firma cayó en bancarrota. Esta quiebra fue seguida rápidamente por muchas quiebras más de bancos. Tan grave fue la crisis financiera que la Bolsa de Nueva York cerró durante diez días, y el futuro económico era tan incierto que las fábricas comenzaron a despedir masivamente a sus trabajadores. En noviembre de 1873, cincuenta de los ferrocarriles de la nación (las empresas de alta tecnología de la época) habían quebrado, y les siguieron otros sesenta un año después.

Estos eventos dieron inicio a lo que se ha denominado la Larga Depresión de 1873-1879. La depresión se extendió por todo el mundo y puede haber durado hasta 1896, un período de 23 años.3

Para entonces, el gobierno de Ulises S. Grant, el presidente de Estados Unidos, necesitaba hacer  urgentemente una gran inyección de dinero a la economía. No existía en ese momento un banco central que simplemente imprimiera dinero. Este tenía que encontrarse en forma de oro. La fiebre del oro de California de 1849 había demostrado que no había una manera más rápida para dinamizar la economía y aumentar el suministro de dinero que descubrir una nueva fuente de oro. Una posible ubicación para tal bonanza se hallaba en Black Hills, en lo que se convertiría en Dakota del Sur. Siempre habían existido rumores de grandes cantidades de oro en Black Hills, y se organizó por lo tanto una expedición para confirmar su presencia.

La iniciativa (que se denominaría la Expedición de Black Hills de 1874) se inició en Bismarck, en la actual Dakota del Norte. Acompañando a la expedición —ya que debía atravesar lo que legalmente era territorio sioux— se encontraba el teniente coronel George Custer y la Séptima División de Caballería. De la expedición hacía parte el hijo del presidente Grant, tres periodistas y un fotógrafo, que asegurarían la cobertura de cualquier descubrimiento.

El 2 de agosto de 1874 se hizo el descubrimiento y comenzó la fiebre del oro de Black Hills. Los buscadores empezaron a llegar masivamente a la zona. En 1875 el gobierno de Grant hizo una oferta a los sioux para comprar Black Hills, que fue rechazada. Ante esta negativa, la administración de Grant consideró necesario instigar una guerra. Se dijo a los sioux que tenían que presentarse en una reserva a finales de enero de 1876, o de lo contrario serían considerados como hostiles.

Luego de este ultimátum, muchos grupos sioux y otras tribus llegaron al campamento de Toro Sentado, un carismático jefe que se negaba a cualquier dependencia del hombre blanco.

Con la declaración de hostilidad, se autorizó a la fuerza militar para mover a las reservas y lejos de Black Hills a Toro Sentado y a cualquier otro indio que fuese hallado. Se ordenó su búsqueda a varias unidades militares, incluyendo las de Custer y la Séptima de Caballería.

El eventual choque entre Custer y Toro Sentado llevó a la una de las victorias más famosas de los indios en la batalla de Little Bighorn.

Aunque la victoria dio un respiro momentáneo a los vencedores, la consternación y el malestar público en el Este provocaron el envío de miles de soldados a la zona. Muchos indios fueron obligados a rendirse. En 1877 Toro Sentado condujo su grupo de 186 personas al norte, hasta Canadá. Cuatro años más tarde regresó a Estados Unidos y se rindió. Las manadas de búfalos se habían reducido y su pueblo moría de hambre.

De cualquier manera, Toro Sentado no se entregó en silencio. Cuando cedió a su hijo el rifle para que lo entregara a sus captores, dijo: “Me gustaría que se recordara que fui el último hombre de mi tribu en entregar el rifle”. (Philbrick 2010 loc. 157).

Toro Sentado murió en un tiroteo en 1890 y fue protagonista de uno de los más famosos episodios de la historia estadounidense, que fue el resultado final de una compleja serie de circunstancias y causas que se extendían más allá de las Grandes Llanuras y hasta Europa.

Mucho ha cambiado en estos 150 años, desde que el jefe Seattle pronunció su discurso y Toro Sentado se enfrentó con Custer en Little Bighorn, sin embargo, mucho sigue igual.

Se habla con insistencia últimamente acerca de cambiar a un patrón de oro, con la intención de crear una moneda más sólida. No obstante, al igual que en 1873, si se sigue ese camino, se dará una contracción inevitable de la oferta de dinero, las tasas de interés subirán, y se creará el potencial para una deflación similar a la de la Larga Depresión de 1873-1879.

A diferencia de 1873, las economías parecen hoy menos volátiles, en gran parte como resultado de la adopción en los últimos años de un banco central que puede controlar la oferta de dinero y crear un flujo en efectivo para amortiguar los efectos de las crisis económicas.

El resultado ha sido el surgimiento de economías que parecen menos dispuestas a los extremos que las anteriores. Pero esto tiene un precio. Es fácil permitir que los malos negocios continúen, al ofrecerles inyecciones de efectivo, en lugar de dejar que fracasen como es debido (si no tienen sentido económico) y vislumbrar un nuevo inicio.

En el siglo XIX, las buenas intenciones de quienes gobernaban se veían comprometidas cuando la economía tambaleaba.

Cuando Grant llegó al poder, en 1869, adoptó una política de paz en su manejo de las relaciones con los pueblos indios. Su compromiso era tan serio que designó a Ely Parker como comisionado de Asuntos Indígenas. Parker era un seneca de pura sangre y desempeñó su cargo hasta 1871. El número de acciones militares contra los indios fue muy reducido durante este período, aunque para 1876 el Gobierno se vio envuelto en una guerra india de proporciones mucho más grandes y trágicas.4

Para comprender las circunstancias en que vivimos, ya sea como pueblo o como personas, debemos ser conscientes de la manera como estamos conectados. Lo que sucede en el horizonte y fuera de nuestra vista puede crear efectos inesperados en nuestro país. Ya sucedió en 1873, y sigue ocurriendo hoy en día.


  1. A. Krupat, (2011), Chief Seattle’s Speech Revisited, American Indian Quarterly, primavera de 2001, vol. 35, n.º 2.
  2. W. Safire, (1992), Lend Me Your Ears: Great Speeches in History, Nueva York, NY: W.W. Norton & Co.
  3. M. Armstrong, (2000), The Best of Princeton Economics International and Martin Armstrong 1996-2000. Consultado el 23 de agosto de 2013 en: http://www.scribd.com/doc/57168945/Best-of-Princeton-Economics-International-Website-Martin-Armstrong.
  4. N. Philbrick, (2010), The Last Stand: Custer, Sitting Bull, and the Battle of the Little Bighorn, Nueva York, NY: Penguin Group.

Lea su blog de autor en inglés o la traducción literaria al español de su novela, El ojo de la luna.

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