Malos genes

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Enero de 2013
Iván Obolensky

Una de las preguntas acerca de la genética es en qué medida los genes determinan el comportamiento humano. Si la respuesta fuese que los genes son un factor determinante para la realización humana en el largo plazo, ¿deberíamos entonces reconsiderar nuestras creencias con respecto a la libre voluntad y la culpabilidad? ¿Tendríamos que examinar también la erradicación de los genes que conducen a un comportamiento antisocial extremo?

Consideremos lo siguiente: ¿qué pasaría si nuestra genética nos predispone a una conducta criminal? ¿Y si por el simple hecho de tener cierto conjunto de genes la probabilidad de que cometamos un delito violento y terminemos en la cárcel aumenta entre ocho y diez veces frente a aquellos que no tienen ese conjunto de genes en particular?

Supongamos que esto sea cierto. ¿Qué debería hacer la sociedad con esta información?

¿Deberíamos buscar este conjunto de genes? ¿Tendría el Gobierno la responsabilidad de aislar a las personas con dicha composición genética? Si los índices generales de criminalidad pudiesen reducirse de esta manera hasta en un 90 %, ¿debería implementarse algún tipo de tratamiento preventivo por el bien de la sociedad?

Las siguientes estadísticas provienen del Departamento de Justicia de Estados Unidos:

1. De las 15.664 personas condenadas por homicidio, 14.196 tenían este conjunto particular de genes.

2. De las 2.208.000 personas encarceladas por robo a mano armada, 2.051.000 mostraban este mismo conjunto de genes.

3. De las 452.000 personas condenadas por asalto sexual, 442.000, o el 97,8 %, también tenían este grupo de genes.1

Antes de examinar los detalles de esta conformación genética particular, podríamos concluir de lo anterior que existen genes malos.

¿Pero puede ser malo algún gen cuando se considera que su existencia debe de haber contribuido de alguna manera a la supervivencia de una especie, o en el peor de los casos, no haber contribuido a su extinción? Aquellos genes que eran contraproducentes, o los que no contribuían a la supervivencia, habrían sido eliminados en el curso de muchas generaciones sucesivas. Los que quedaron han demostrado su mérito por el simple hecho de que la especie todavía persiste.

Sin embargo, leemos en la prensa sobre grupos de investigación que buscan los genes causantes del cáncer y de tumores para encontrar una cura, lo que implicaría que deben existir genes malos; pero esto probablemente sea demasiado simplista. Los genes, después de todo, dependen del contexto.

Los ambientes pueden cambiar, por ejemplo, y un gen que en el pasado fue de gran utilidad puede ser visto desde el punto de vista moderno como sospechoso.2

Sería el caso de las citoquinas, esas pequeñas moléculas de señalización celular que tienen a su cargo gran parte de la comunicación del cuerpo, y que pueden dividirse funcionalmente en dos grupos.

El primero es el de las moléculas proinflamatorias (Th1), que promueven la inflamación para combatir intrusos y parásitos. La segunda es la de las moléculas antiinflamatorias (Th2), que regulan el grado de inflamación para prevenir el daño en los tejidos que se produciría si la inflamación persiste sin atención.

Tomemos por ejemplo el gen o la combinación de genes que genera la respuesta Th2.

Una de las teorías acerca de los crecientes casos de alergias infantiles es que estas son un subproducto de una sociedad demasiado limpia y aséptica.

Muchos alergólogos creen que estas alergias son el resultado de un desequilibrio de la molécula Th2.

En el pasado lejano de la humanidad, cuando el hombre era cazador-recolector, se necesitaba una respuesta inflamatoria Th1 grande para eliminar periódicamente cantidades excesivas de gusanos del intestino. Estos se ingerían como resultado de una dieta de forraje. Una reacción Th2 grande era necesaria para regular y controlar la inflamación limpiadora.

En el mundo de hoy, si uno está constantemente rodeado por un entorno altamente esterilizado, la necesidad de esas grandes inflamaciones es menor. La reacción antiinflamatoria sin modificaciones ante cantidades más pequeñas de inflamación puede ser excesiva. Por lo tanto, se presenta una reacción alérgica no intencionada como respuesta a este desequilibrio.3

El gen Th2 no es malo en sí mismo. Hace lo que se supone que debe hacer, y no sobreviviríamos bien sin él. Nuestra percepción de su función, solo desde el contexto de las alergias, puede hacer que parezca malo.

La respuesta Th1-Th2 también ilustra un método importante de control que el cuerpo utiliza para autorregularse. El cuerpo acude a muchos procesos que no están simplemente activados sino que actúan simultáneamente mediante la activación y la desactivación, como alguien que conduce con un pie en el acelerador y el otro en el freno.

Uno podría mirar el cuerpo como un complejo conjunto de interruptores. Si se tratara de una cocina, significaría que si uno enciende la estufa, es posible que no funcione porque existe otro interruptor que también se encuentra encendido, manteniendo la estufa apagada. Esto pone de manifiesto otra característica de la genética: solo porque el gen exista no significa necesariamente que se expresará.

Por un lado práctico, otra visión de la genética consiste en traducir los genes como habilidades. Cabría por lo tanto preguntarse: ¿si no hay genes malos, puede existir una capacidad de hacer algo malo? A menudo escuchamos decir que una persona que conocemos es demasiado controladora, terca, desordenada, dramática o demasiado deshonesta. Se podrían considerar estos atributos como patrones malos de conducta y tratar de erradicarlos.

Acogiéndonos a la genética, la capacidad de hacer algo y la capacidad de no hacer algo son ambas habilidades y considerar cualquiera de ellas como mala o buena resulta demasiado simple. El tiempo que se emplea concentrándonos en deshacernos de nuestros malos atributos podríamos utilizarlo con más provecho para mejorar las cosas que hacemos bien, que podrían ser muchas más de las que creemos. Después de todo, si funcionalmente no existen genes malos, ¿cómo podría haber malas habilidades? Es el contexto lo que importa.

¿Qué pasa con el conjunto de genes antes mencionados, que produce el 90 % de los delitos del mundo? Si pensamos que este conjunto de genes da origen a quienes pertenecen al género masculino, no nos equivocamos.

Si uno nace hombre, es mucho más probable que cometa un delito que si nace mujer. ¿Cuál es la razón? En verdad, no se sabe. Pero la pregunta sigue vigente: ¿valdría la pena algún tipo de manejo preventivo del Gobierno para reducir la población masculina? Los defensores de la ley y el orden podrían estar de acuerdo, en tanto que los miembros más liberales de lo sociedad podrían responder afirmando categóricamente que no.

Por supuesto, si no se supiera que los datos anteriores hacen referencia a la mitad de la humanidad que es masculina, un tratamiento preventivo podría haberse considerado como una posible solución. Una vez que se tuviese la información completa, podríamos no estar totalmente de acuerdo con esa elección, pero con una vaga sensación de inquietud, porque la situación es apremiante y tal vez se deba hacer algo.

A menos que uno piense que todo esto es imaginario, y que una solución preventiva sea poco probable, esta ya se ha aplicado hasta cierto punto con poca o ninguna fanfarria. Estados Unidos tiene de lejos la mayor población carcelaria del mundo, con solo un 5 por ciento de la población mundial, pero con un 25 % de los presos de todo el mundo. Esto equivale a 2,3 millones de delincuentes tras las rejas, casi todos ellos varones.4

Corea del Norte no logra igualar el porcentaje de la población encarcelada que ha alcanzado Estados Unidos, pero ha ido un paso más allá al encarcelar a los criminales y a las dos generaciones siguientes, para asegurar de este modo que la línea genética del criminal no interactúe en toda su vida con la sociedad o que desaparezca por completo.

Por supuesto, este artículo busca simplemente señalar ciertos hechos. Uno podría sentirse desgarrado entre los sentimientos extremos de que algo debe hacerse acerca de la criminalidad y las consideraciones éticas igualmente válidas en cuanto a las libertades humanas.

Sentir que estamos siendo arrastrados en dos direcciones opuestas puede no ser necesariamente un mal lugar para estar, ni podría ser el único. La erradicación completa de algo puede ser mucho más destructiva que simplemente mantenerlo y tratar de controlarlo con un mecanismo opuesto. En la naturaleza, así como en los gobiernos y la política, tales dicotomías entre sí y no, empujar y tirar, y en las que activación y desactivación funcionan simultáneamente, parecen ser cada vez más la norma que la excepción.

Tengamos presente que existen 20.000 genes adecuados que representan tan solo el 3 % del genoma humano, con los 97 % restantes que comprende 4.000.000 de elementos reguladores adicionales cuyas funciones parecen ahora ser la supresión y la activación de estos 20.000. Estos elementos adicionales se consideraban simplemente ADN basura (un término acuñado en 1972 por Susumu Ohno para esa parte del genoma humano que no tenía ninguna función apreciable en ese momento).

En 2012, ENCODE, la enciclopedia de elementos del ADN, que sucedió al proyecto del Genoma Humano, informó que el 80 % de estos elementos supuestamente inútiles cumplía una función reguladora y que aún quedaban otras tareas por descubir.5

El control de la expresión de los genes es mucho más grande y más complicado que la del propio gen. Hay muchas partes que pueden activar un gen particular y muchas partes más que lo desactivan, todas trabajando al mismo tiempo.

Tal vez la naturaleza, así como la humanidad, cuando se enfrenta a ciertos problemas debe considerar ambos lados. Quizá, también, nuestro concepto sobre el exceso de regulación sea exiguo en comparación con lo que todos los días está sucediendo genéticamente dentro de nosotros.


  1. D. Eagleman, (2011), Incognito, The Secret Lives of the Brain, Nueva York, Pantheon Books.
  2. M. Ridley, (1999), Genome, The Autobiography of a Species in 23 Chapters, Nueva York, Harper Collins.
  3. A. Berger, (2000), Th1 and Th2 responses: what are they? BMJ, v. 321 (7258), agosto 12 de 2000, PMC 27457. Consultado el 10 de enero de 2013 en: http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC27457/
  4. A. Liptak, (2008), U.S. prison population dwarfs that of other nations, en: The New York Times. Consultado el 10 de enero de 2013 en: http://www.nytimes.com/2008/04/23/world/americas/23iht-23prison.12253738.html?pagewanted=all&_r=1&
  5. E. Yong, (2012) ENCODE: the rough guide to the human genome, en: Discover. Consultado el 10 de enero de 2013 en: http://blogs.discovermagazine.com/notrocketscience/2012/09/05/encode-the-rough-guide-to-the-human-genome/

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